sábado, 23 de abril de 2011

Veruela y el Moncayo




'Genios del aire, habitadores del luminoso éter, venid envueltos en un girón de niebla plateada; silfos invisibles, dejad el cáliz de los entreabiertos lirios y venid en vuestros carros de nácar en los que vuelan uncidas las mariposas; larvas de las fuentes, abandonad el lecho de musgo y caed sobre nosotras en menuda lluvia de perlas; escarabajos de esmeraldas, luciérnagas de fuego, mariposas negras, venid y venid vosotros todos, espíritus de la noche, venid zumbando como un enjambre de insectos de luz y oro; venid, que ya el astro protector de los misterios brilla en la plenitud de su hermosura; venid, que ha llegado el momento de las transformaciones maravillosas; venid, que los que os aman, os esperan impacientes...'.

[Gustavo Adolfo Bécquer]


Provincia: Zaragoza

Dentro de los asentamientos humanos que se cobijan en las inmediaciones de un monte mítico y misterioso como es el Moncayo, destaca, con su milenaria presencia, su romanticismo y su añejo sabor a lejano pasado, el Monasterio cisterciense de Veruela. Veruela se localiza a las afueras del pueblo de Vera de Moncayo; a unos dos ó tres kilómetros de Trasmoz y a 5 kilómetros de distancia de Añón. Posiblemente, todos recordemos la extraordinaria figura, intelectual y eminentemente romántica, que se alojó un tiempo en sus dependencias: el extraordinario poeta Gustavo Adolfo Bécquer. Tanto él, como su hermano Valeriano, dejaron un extraordinario legado cultural -uno con la pluma y el otro con el pincel- que nos remite a un mundo sin duda mágico, recogido en las numerosas tradiciones y leyendas que circulan por el lugar. Un mundo invisible, pero espiritual, que se siente apenas se adentra uno en las antiguas dependencias monacales, paseando por las clarioscuras galerías de su claustro ancestral, poblado de reminiscencias bíblicas que algunos autores identifican con la historia de Job, o admirando las extraordinarias peculiaridades románico-góticas de su iglesia, presidida por la pequeñísima imagen de la Virgen del Moncayo, cuyo Santuario, hoy día reconvertido en albergue, se localiza cerca de la cima del mitológico monte. Delante del monasterio, una cruz nos recuerda, solitaria y misteriosa, la figura y el mundo del poeta; se trata de la Cruz Negra o Cruz de Bécquer.

Pero la mejor recomendación, quizás, sea dejarse imbuir por el espíritu que impregna las estrofas de ésta canción:


'Tenemos montañas, desiertos y llanos, la vieja cañada, la senda olvidada, sequía en verano; viejas carboneras, las minas de hierro, versos del poeta, las viejas recetas, la voz del zagüeño; la memoria yerma, la tala de anes, las tardes a cuestas, tantas horas muertas que aquí hemos pasado; acuérdate de este pueblo, que te vio correr de niño, acuérdate del Moncayo, de la bruja del castillo...'.



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