domingo, 14 de diciembre de 2014

Catoira, Torres de Oeste: Fuente de agua medicinal


"Que esto nos sirva para aprender, queridos hijos -nos indicó-, que el hombre no conoce nunca los dones que Dios le otorga" (1)

Galicia, Terra Meiga, sí, pero también, Terra Celta. Difícil es, una vez traspasadas las frías soledades de la Meseta, no sentir el aliento de la magia y de lo sobrenatural acariciar el espíritu con la tibieza de antiguos mitos yacentes en esos abismales inframundos del Oeste, donde reposan las almas de los antepasados bajo las escrespadas olas de un mar, generalmente bravío y tortuoso, cargado de leyendas. Difícil es, así mismo, no rendirse voluntariamente a la seducción de sus lugares, de sus arcanos cultos y de sus más enraizadas tradiciones. Uno de los lugares donde posiblemente se recuerden con mayor intensidad ese hechizador conjunto de historia y cultos antiguos, sea Catoira y sus Torres de Oeste, situados prácticamente en la frontera entre las provincias de Pontevedra y A Coruña. No sólo se rememora aquí, a primeros de agosto, junto a las ruinas desmochadas de las torres y una sencilla ermita románica, aquéllas salvajes incursiones que normandos y vikingos realizaban en sus ligeros drakkars, sino que, además, el viajero curioso puede encontrarse, de cara, con otro de los grandes mitos celtas: las fuentes. Las fuentes, dotadas de propiedades mágicas o curativas, siempre habitadas por élficas donas -las embrujadoras xanas de Asturias y León-, que otorgan o dan, según sean las intenciones del humano que a ellas se acerca. Las aguas de esta fuente de Catoira -que en cierto modo, recuerda aquélla otra palentina, llamada del rey Recesvinto-, tienen fama de salutíferas. Pero a la vez, tienen también un terrible enemigo: el Ministerio de Sanidad. Utilizadas tradicionalmente, de toda la vida, la legislación las condena a la insalubridad. Pero lejos de la política y sus malolientes derivados, importa la fuente y el lugar: un pequeño, mágico bosquecillo, cercano a la ribera de un mar, en cuyo puerto todavía se pueden apreciar esas ligeras embarcaciones vikingas, los drakkars, y un mojón de piedra, que contiene toda la fuerza de la magia antigua. Entre polisqueles, símbolos solares y lunares, se reconocer la fuerza del antiguo alfabeto rúnico Futhark, aquél que, paradójicamente, le fue proporcionado al dios nórdico Odín -o Wotan-, mientras permanecía colgado, por espacio de tres días, del Yggdrasyll o Árbol de la Vida. Un lugar que, aunque situado a pie de aparcamiento e instalaciones de lo que hoy día es un parque natural, no deja de ser singular, y a la vez, reclamo para el espíritu, en el que merece la pena perderse, cuando menos por unas horas.


(1) Juan Valentín Andreae: 'Las bodas alquímicas de Christian Rosacruz', Ediciones Obelisco, S.L., 1ª edición, febrero de 1996.