martes, 19 de mayo de 2015

Eremitorios de Cívica


Hablaba Fernando Sánchez Dragó, en la página 14 de su Discurso Numantino (1), acerca de la España de hoy. Decía, y afronto el riesgo de citarlo textualmente,  con dos cojones –como Espartero o como Don Camilo, el del viaje a la Alcarria-, que la España de hoy, que ni es España ni es nada, da entonces su primer vagido, pero la otra España –la de Tiermes, la de las Tres Culturas, la del Cid, la de Cervantes, la de la trashumancia y la tauromaquia- aún patalea y se resiste a morir. Añadía más adelante, allá por la página 25, de la que sí que quiero acordarme porque al contrario que Cervantes, en mi caso, baturro o no pero con esa nobleza que siempre obliga, que Dios ahoga, pero no aprieta, dejando flotar en el aire, como un gemido lastimero, una nota de nostalgia, un pétalo desprendido de su tallo o tal vez un deseo irrealizable frente a la lámpara maravillosa aunque huérfana del Genio de Aladino, la posibilidad de que quizá quede aún España Mágica. Créase o no, estos pensamientos me asaltaban el pasado sábado, cuando me propuse derribar –Hércules cristobalino, aunque impotente, después de todo- las columnas salomónicas de la monótona dictadura a la que el dolce far niente de un puente insípido y otras consideraciones morales amenazaban con someterme al vegetativo ostracismo teresiano del vivir aunque no viva y mal herido de envidia –que el pecado de la virtud, ya lo decía don Antonio Machado, hizo a Caín criminal-, me dispuse a despertar, en un arranque de legítimo orgullo a ese osado Caminante que siempre me sigue a todas partes y cuya compañía continuamente requiero, sobre todo cuando las campanas lejanas de Gárgoris y Habidis tocan a rebato: silencio en el Álamo; madrugada de gallos gnósticos, carretera, bostezos y manta. El sol, un círculo magenta en el horizonte, que amenaza despertar con la furia de un gigante dormido. A medio camino entre Cifuentes y Brihuega; entre la Dama Negra de la Peña, la Psicomaquia poitevina de la portada de Santiago y el cimborrio octogonal del convento de San Blas, un atisbo de esa herencia termestina, cuando no más lejana aún y altamirana, igualmente subterránea y eremítica, que aun negándose a desaparecer, tiembla con la amenaza de ese mismo enemigo, cruel e insaciable, que sepultó en los lodos del olvido y el cemento a la inmemorial Tartesos con las armas principales de la herencia mudéjar peninsular: el ladrillo.

El mundo troglodítico de Cívica lleva toda la vida descubierto, aunque, hablar por hablar y añadiendo fuego a la cuestión de los currículos, en el mío figura -si la libretilla que también viaja siempre conmigo, la misma que algunos de mis buenos amigos quieren algún día heredar, no me engaña- como descubierta en mayo de 2011. Es decir, en el mismo mes, tal vez en la misma fecha, puede que a la misma hora, pero desde luego, a juzgar por las fotos que todavía conservo de aquélla primera y memorable experiencia, en un día totalmente diferente: la campana del Álamo apenas se dejaba seducir por un ligero viento de levante, tal vez de poniente pero en modo alguno cierzo amenazador; el gnosticismo de los gallos de la madrugada brillaba por su ausencia y el sol se dedicaba a galantear como un colegial donjuán a un cielo petado de nubes. Cívica, por aquél mayo de entonces, era una auténtica Sheilla N'agiz -pido humildemente perdón por la patada que acabo de meterle en la espinilla al  gaélico irlandés y acepto la tarjeta roja con expulsión incluida- fea y hermosa a un tiempo, de matriz abierta a la vida en su lecho de silencio, cortesana que se dejaba acariciar y con un poco de suerte, poseer. La Cívica que vi hace unos días, parecía la misma, pero desde luego, ya no lo era: teóricamente insolente, coqueta como ninfa acicalándose el cabello con su peine de oro en la prístina cascada, las piernas apretadas, oculto el sexo y un nuevo carnet de identidad: Inmobiliaria Alcalá.

En conclusión y decepción de decepciones: ¿queda España Mágica?. Quedar, lo que se dice quedar, amigo Sancho, pues siendo optimistas, se podría decir que algo queda, incluidas tus añoradas ínsulas, al menos mientras el ladrillo vuelva a levantar la cabeza. Ahora bien, la cuestión es: lo que queda, ¿cuánto aguantará?.



(1) Fernando Sánchez Dragó: 'Discurso numantino. Segunda y última salida de los ingeniosos hidalgos Gárgoris y Habidis', Editorial Planeta, S.A., primera edición: mayo de 1995.