Durante siglos se ha cebado en ellos la superstición, hasta el punto de ser denominados como Piedra de las Brujas, por considerarlos el vulgo como lugares de conciliábulo y aquelarre. Poco se comenta, no obstante, de la perfección de ésta auténticas obras de arte megalíticas, donde todo está calculado al milímetro, hasta el punto, comprobado, de haber sido incluso capaces de mantenerse en pie a continuación de un terremoto. Poco se comenta, así mismo, sobre todo en ambientes netamente científicos, de esa peculiar precisión que tenía el hombre primitivo, para colocarlos estratégicamente en lugares de comprobada actividad telúrica. Se encuentren o no enterramientos en su interior, suelen ser clasificados dentro de la categoría de recintos exclusivamente funerarios. Pero pocos son los que se detienen a pensar, sin embargo, que quizás pudieron haber tenido una doble función, como posteriormente habrían de tenerlas las iglesias: templo y cementerio.
Estos dos magníficos aunque bastante deteriorados ejemplares, se localizan en la denominada Llanada Alavesa. Se trata del dolmen de Aitzkomendi y el muy conocido de Soginetxe, precisamente, vocablo vasco que significa lo que se comentaba al principio: piedra de la bruja. Ambos, apenas separado por unos kilómetros de distancia, parecen apuntar hacia un lugar muy específico de la frontera entre Álava y Navarra: la Sierra de Urbasa, enclave mágico donde los haya, donde todavía persisten los antiguos mitos de la fascinante mitología vasco-navarra, sobre todo en las figuras principales de Mari, la Gran Diosa Madre y los jentillaks, gigantes que, aparte de divertirse lanzándose enormes bloques de piedra, tenían fama de ser unos magníficos canteros y que, en ocasiones, reviviendo el antiguo mito clásico de Prometeo, sirvieron también de instructores a los hombres.
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