lunes, 20 de febrero de 2012

Un símbolo en el Camino Leonés: la Cruz de Ferro de Foncebadón



Provincia: León

Dentro de ese décimo itinerario mencionado por Aymerich Picaud en su Codex Calistinus, siguiendo la ruta que va desde Astorga a Ponferrada y más allá de ésta, se adentra en tierras gallegas por el alto y pueblo de O Cebreiro, se encuentra el pueblo semi despoblado de Foncebadón. Dentro de su término, y a unos dos kilómetros más adelante, pasada una de las cuestas del monte Irago, un enorme poste de madera, coronado por una cruz de hierro se levanta, inconmensurable, desde una base con forma de monticulo o monxoi, formada por un número infinito de piedras depositadas allí, a lo largo de los años por los peregrinos que se dirigen hacia la tumba del Apóstol, siguiendo una tradición que se remonta a los oscuros orígenes de un camino mágico, que ya utilizaban los pueblos celtas miles de años antes.

El lugar, situado en un llano, conlleva una soledad que se ve ocasionalmente perturbada por la llegada de algún peregrino que, conociendo a buen seguro la tradición, deposita en el montículo ese objeto de gratificación pagano, que es la piedra que ha venido portando desde otro lugar, en la seguridad de que los manes de los caminos serán sus aliados y protectores durante su larga peregrinación. Cerca de la cruz, en un vallecito rodeado de pinos, una ermita moderna sacraliza un lugar que posiblemente ya lo era en un pasado remoto. La nieve caída en los últimos días, ofrece testimonio de la dureza del lugar; pero esa misma dureza, también recuerda al peregrino el sacrificio que supone acceder al mundo del espíritu, y le advierte, a solas consigo mismo, que el camino es una prueba y que no se puede alcanzar el Cielo sin haber pasado primero por el Infierno.



2 comentarios:

  1. El Camino tiene sus magias, sus guiños, y sus secretos...
    Fíjate que lo que más se quedó en mi memoria, es la imagen de aquel peregrino asiático -¿japonés, chino, vietnamita?-, ofreciéndose solícito para hacernos una foto al lado del Monxoi.
    Yo habria jurado, que era el mismo que nos sonrió el día anterior junto al templo de O Cebreiro. Pero sin poder asegurarlo, porque ¿quien puede distinguir un peregrino asiático de otro?
    ¿O es que acaso no era un peregrino, sino un duende travieso del Camino?

    Salud y fraternidad.

    ResponderEliminar
  2. Fue un detalle simpático, espontáneo y genuino que demuestra, con un acto tan sencillo, esa corriente que alcanza a todos los que nos encontramos en los caminos, sin importar origen ni metas, y mucho menos el color de nuestros ojos. Es una solidaridad que parece de otro mundo, pues se dá poco cuando regresamos a casa y luego ni siquiera miramos a los vecinos. No recuerdo si entre los peregrinos con los que nos cruzamos en O Cebrerior había alguno oriental, pero éste que tan amable se prestó por propia iniciativa a sacarnos una foto, desde luego que fue simpatiquísimo. Y sin ánimo de ofender a nadie, yo tampoco sería capaz de distinguir su lugar de origen; digamos que su sonrisa era franca y abierta, aunque sus ojos fuesen oscuros y rasgados. Un abrazo

    ResponderEliminar