Comprendida entre las riberas de los ríos Sil y Miño, y compartiendo belleza como una columna vertebral entre las provincias de Orense y de Lugo, la Ribeira Sacra constituye uno de los lugares más atractivos e impresionantes de la geografía peninsular, hasta el punto de poder aplicar, con absoluta certeza aquélla célebre máxima del poeta hindú Rabindranath Tagore, que decía: no es el martillo el que deja perfectos los guijarros, sino el agua con su danza y su canción. No es de extrañar, por tanto, que su singular idiosincrasia supusiera un imán irresistible que atrajera la atención del ser humano desde tiempos inmemoriales, constituyendo a la vez, en vista de los numerosos asentamientos sacros que se alzaron a su vera, un auténtico foco espiritual de primera magnitud. Verla desde los numerosos miradores que se alzan en sus laderas u observarla abriéndose como una matriz natural desde la perspectiva del viaje fluvial en catamarán, es toda una experiencia que no deja indiferente. Y desde luego, visitar cualquiera de los antiquísimos cenobios que se levantan a su vera –una veintena, aproximadamente- es toda una aventura para el espíritu, difícil de olvidar.
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