'¡Ay del que va en el mundo a alguna parte
y se encuentra a una rubia en el camino!'
[Campomanes]
Lugar: Asturias
La Ruta transcurre, a lo largo de unos 5 ó 6 kilómetros de espléndida naturaleza, entre los pueblos de Villanueva y Pedroveya.
Admiro los conocimientos, disfrazados de ficción, que un auténtico teósofo español -Mario Roso de Luna- legó a una posteridad que ya, en pleno siglo XXI, parece haber perdido el gusto por lo mágico y tradicional. Uno de mis libros preferidos, una auténtica joya, en mi opinión, es aquél que, titulado El Tesoro de los Lagos de Somiedo (1), contiene tal cantidad de valiosa información, que uno no puede prescindir de su recuerdo, cuando el destino le sonríe con la fortuna de poder acceder, en una de sus caminatas por esos infinitos caminos de la vieja Iberia, por un lugar como el Desfiladero de las Xanas. Roso describe, con todo lujo de detalles, su casi fatal encuentro con una xana, que a punto estuvo de costarle el alma y la razón. Le ocurrió en Avilés, según lo narra en el capítulo XI de la Tercera Parte del referido libro. Sin embargo, este nido de xanas que expongo en la presente entrada, queda algo apartado de Avilés, pero no obstante, muy cerca del Monsacro y en la confluencia de concejos ricos en mitos y tradición, como son los de Morcín, Riosa, Santo Adriano, Proaza o Quirós.
Dicen, y yo así lo creo, que una imagen vale más que mil palabras. Por eso, añadir excesiva literatura a un lugar con semejantes características sería, en el fondo, asumir voluntariamente la posesión del demonio de la prepotencia. Aún así, no puedo evitar añadir simplemente una cosa: cuidado con las pozas, sobre todo si vemos a una rubia cepillándose el cabello en una de ellas.
Y por favor, turistas cerdos, absténganse: un lugar como éste, no merece su visita.
(1) Mario Roso de Luna: 'El Tesoro de los Lagos de Somiedo', Editorial Eyras, 1980.
Hola! ¡Un sitio mágico donde los haya! Las xanas de melena dorada que habitan ese frondoso lugar, donde los rayos del sol se filtran con timidez sin encontrar nunca a los helechos y cuya voz, se podría confundir con el canto del río, gracias por acercarnos a esta senda encantada.
ResponderEliminarUn beso!
Hola, bruja. No sé cuántas veces he intentado comentar (y eso que soy el gestor), pero nada. Te decía que es cierto, que es un sitio realmente mágico, espectacular; un lugar arcano, antiguo, como un pequeño mundo que conserva la esencia de una riqueza mitológica sólo igualada por la maravilla de la Naturaleza que es. Senda encantada, como dices, en la que no puedes evitar pensar que en las leyendas, al fin y al cabo, siempre hay una pequeña parte de verdad. Y esa pequeña parte de verdad, me la imagino (llega un momento en que crees poder sentirlo de verdad) unos güeyos (ojos) hechizadores observándote desde la espesura de los helechos, confundidos con el color verde del musgo que cubre las rocas por las que se desliza cantarín el río, saltando en cascadas que nutren pequeñas pozas. Curiosamente, y como en la zona berciana del Valle del Silencio, no sentí el canto de ningún ave, ni tampoco las vi evolucionar por encima de los riscos. Cómo me gustaría que lo conocieras, así que, apúntatelo. Y si ves a algún turista cerdo (que habélos, haylos, por desgracia) dale un buen escobazo de mi parte. Un abrazo
ResponderEliminarMe gusta Roso de Luna, pero no sé si a lo que contienen sus libros se le puede llamar información. En cualquier caso, estuve por allí hace unos años y no vi ninguna xana.
ResponderEliminarMe ha gustado el blog.
Hola, Rubén. Todo es cuestión de opiniones. Roso era una de las mentes más lúcidas de su época y en el libro de referencia, hay datos muy válidos enmascarados detrás del esoterismo de la novela. En ese sentido, verás que muchos de ellos fueron consignados también por Sánchez Dragó en su magnífica obra Gárgoris y Habidis: una historia mágica de España. Yo tampoco vi ninguna xana, ni al cuélebre, cuya cueva no exploré a falta de linterna. Lo que sí vi, fue un lugar magnífico que, a pesar de su esplendor, no se ha visto libre de la presencia del turista 'guarro', que no sabe apreciar el lugar en el que se encuentra ni siente respeto alguno por él. Por lo demás, creo que es un lugar magnífico para conservar mitos. Gracias por tu comentario y un saludo cordial.
ResponderEliminarEl verdadero placer no está en llegar, sino en hacer el camino...
ResponderEliminarDe igual modo, lo importante no es ver a la xana, sino poder soñar con ella.
Si somos tan racionales que no podemos dejar espacio a la ensoñación, acabaremos siendo realmente "racionales, pero animales".
Y un exceso de "racionalidad animal", es lo que ha traído la humanidad hasta el lugar en que ahora se encuentra.
Prefiero soñar con xanas, que no obligan a nada, que no queman en la hoguera a quien no cree en ellas, antes que sacrificar incienso en altares de "verdades" radicales, "verdades" que destruyen a quien no se arrodilla ante ellas.
A buen entendedor.
Salud y fraternidad.
Hola, Magister. Poco que añadir a tu comentario. Creo que me conoces lo suficiente como para saber que coincidimos en nuestra forma de 'ver' y 'entender' todo aquello que forma parte del camino que, no sin esfuerzo pero con mucho interés, recorremos y del que procuramos no sólo disfrutar, sino lo más importante: también aprender. Eso creo que ya es motivo suficiente para, siempre desde una posición de respeto, hablar desde una perspectiva libre y sin temor a sentirnos ofendidos por críticas y opiniones encontradas. Lo importante aquí, no es lo que yo pueda decir o escribir, sino lo que las imágenes, por su contenido, puedan transmitir.
ResponderEliminarPor lo demás, tanto yo, como esa alma gemela y romántica que camina siempre conmigo, seguiremos temiendo encontrarnos con el Cuélebre cuando pasemos cerca de su cueva; y qué duda cabe, de que prestaremos especial atención a las pozas y arroyos con la esperanza de encontrarnos con una Xana; y cuando veamos unos oscurros nubarrones acercándose, pensaremos en el Nuberu y correremos a buscar cobijo antes de que nos descargue encima. Y cuando nos acerquemos a cualquiera de las playas del Cantábrico, si no vemos ventolines y espumeros danzando en lo alto de las olas, será porque nuestra alma padece de cataratas y nuestra visión interior flaquea. Un abrazo