Provincia: Navarra
Puente la Reina, es algo más que una ciudad: es un pequeño Axis Mundi, en el que todos los caminos a Santiago se hacen uno solo. Una ciudad, alentada por la fe de los miles de peregrinos que recalan en ella, a lo largo de los siglos, siguiendo un peregrinaje trascendental; una búsqueda espiritual que culmina más allá de esa monumental catedral de Santiago que alberga, según la Tradición, los restos del Apóstol: en ese omega primordial del Finis Terrae, donde el sol se oculta cada atardecer en el lecho amniótico de un mar que, si lo pensamos bien, bien podría ser su alfa o complementario.
Puente la Reina, es algo más que una ciudad: es un pequeño Axis Mundi, en el que todos los caminos a Santiago se hacen uno solo. Una ciudad, alentada por la fe de los miles de peregrinos que recalan en ella, a lo largo de los siglos, siguiendo un peregrinaje trascendental; una búsqueda espiritual que culmina más allá de esa monumental catedral de Santiago que alberga, según la Tradición, los restos del Apóstol: en ese omega primordial del Finis Terrae, donde el sol se oculta cada atardecer en el lecho amniótico de un mar que, si lo pensamos bien, bien podría ser su alfa o complementario.
Más allá de las connotaciones espirituales de éste crismón natural, y dejando a un lado las esotéricas enseñanzas de la iglesia del Crucifijo y de ese Santiago Beltza o Patrón Negro que reciben desde el más puro de los Misterios a los Hijos del Camino, el ancestral puente que se levanta, sólido y esbelto sobre las aguas ambarinas del río Arga, ofrece, aún en sus soledades y silencios, lecciones inapreciables de una magia especial. La magia de una época en la que hubo hombres sabios que supieron transmitir con precisa maestría, el concepto universal de que lo que está arriba, es igual a lo que se encuentra abajo. Por eso, todo peregrino sabe que la forma de lomo de asno de este puente -no olvidemos nunca el sentido iniciático de este noble animal- no es casual, sino que fue especialmente diseñado para ascender al cielo y bajar otra vez a la tierra, una vez bendecidos por la desaparecida Mari, aquélla Virgen Negra del Puy, a la que cada mañana un no menos pájaro mágico, el Txori, limpiaba la cara después de abrevar en la ribera del río.